miércoles, 8 de septiembre de 2010

Fanny och Alexander (Fanny y Alexander)


Durante mi niñez revisaba una colección enciclopédica de 26 tomos que había en mi casa. En el tomo 3 (o tomo 4, no recuerdo bien) había un fotograma de dos niños con una leyenda que decía: "Fanny y Alexander (1982), de Ingmar Bergman". Pasaron los años y no había visto la película, pero la fotografía de los dos niños y la película que se referenciaba con ella quedaron intactas en mi memoria. Por eso, ya de adulto, cuando tuve la oportunidad de ver la obra del director sueco, no perdí tiempo.

De Bergman ya había visto dos trabajos, así que aguanté la respiración para no perder la paciencia, pues ya sabía que su trabajo se apoya en un ritmo lento, bastante lento para quien está acostumbrado a un cine más comercial, y no lo voy a negar, la primera hora de la película me da sueño, pero es tan esencial esa dilatada introducción de la obra para entender el resto de la cinta, que hago un esfuerzo titánico para no dormirme.

La larga introducción presenta el entorno en el cual viven Alexander y su hermana Fanny (lo nombro a él en primer lugar, pues Fanny, a lo sumo, tendrá como diez participaciones en toda la película), hijos de Oscar y Emilie Ekdahl, actores de teatro pertenecientes a una familia aristócrata de la Suecia de principios del siglo XX, con arraigados vínculos personales que se extienden incluso a sus sirvientes. En la familia Ekdahl todos son felices (excepto, creo, el tío Karl y su esposa) y aprecian cada momento que pasan juntos. Podemos pensar entonces que el estado inicial de Fanny y Alexander es el de la felicidad por la comunión familiar. Pero con la muerte de Oscar, Emilie se siente en la necesidad de buscar un marido que la ampare --aun cuando seguía contando con el apoyo de su familia política-- y que termine de educar a sus hijos. Esta necesidad es explicada en el diálogo que mantiene Emilie con su futuro marido, el obispo Vergerus, cuando le dice: "Nunca me he encariñado demasiado con algo. A veces pienso si no hay algo malo con mis sentimientos. No puedo entender por qué nada realmente me lastima. ¿Por qué nunca me siento realmente feliz? Ahora sé que el momento crucial ha llegado". A partir de esta intervención podemos inferir que Emilie sufre de una apatía hacia la vida y con el matrimonio con el obispo busca apegarse a ella.

Pero el matrimonio entre la madre de Alexander y el obispo Vergerus no es más que la antesala al verdadero contrato. El auténtico contrato de la historia nos lo muestran en el ya citado diálogo entre Emilie y Vergerus, cuando este le propone que, una vez casados, se mude junto con sus hijos a su casa, olvidándose de sus pertenencias, de sus costumbres y hasta de su familia. Emilie, por la razón ya señalada, acepta, pero el establecimiento de este contrato repercute en el cambio del estado inicial de sus hijos, que sin quererlo realmente se ven obligados a también cambiar y olvidar sus vidas.

El conflicto entre los niños y el obispo es, pues, inevitable, pues los primeros tienen que cumplir un acuerdo que nunca aceptaron. Sin embargo, se ven imposibilitados de huir de la casa del obispo; por ello, la familia Ekdahl, ayudados por el tío Isak, planean rescatar a los niños (la escena del rescate es, para mí, sumamente incompresible: ¿a quiénes vio Vergerus en la habitación de Fanny y Alexander cuando sospechó que Isak pretendía llevarse a los niños?). Con el rescate comienza a restituirse el orden que había alterado Emilie al aceptar el convenio con Vergerus. Pero ella sigue siendo "prisionera" del obispo. Entonces viene otro momento impenetrable a mi comprensión: ¿de verdad Emilie planeó dopar a su marido? ¿Alexander, ayudado por el andrógino Ismael, conjura una especie de hechizo para que el obispo muriera abrasado por la tía Elsa? No lo entiendo. Lo que sí entiendo es que, muerto Vergerus, Emilie vuelve con su familia y se restablece el estado inicial que nos mostró Bergman en la primera hora de película, con todos los Ekdahl en una feliz y colorida reunión familiar.

Fanny y Alexander es, como se han dado cuenta por mi tímida exposición, un gran enigma, pues la forma como es resuelto el conflicto aún no me es clara. Pero el cine es, ante todo, un producto visual, y debo reconocer que Bergman logra enamorar al espectador con una fotografía y una escenografía maravillosas. Mis dudas deben de tener alguna respuesta planteada en el mismo film, pero quizás soy demasiado obtuso para encontrarla.

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