lunes, 31 de marzo de 2014

Lust for life (El loco de pelo rojo)



Hace unas semanas descubrí una película que relata los años de mayor producción pictórica de Vincent Van Gogh. La cinta, El loco de pelo rojo (Lust for life), protagonizada por Kirk Douglas y dirigida por Vicente Minnelli, salió en 1956 y ganó un Oscar al mejor actor de reparto, que ganó Anthony Quinn.
Sé que tenía mucho tiempo sin agregar una nueva entrada a este blog, pero después de ver la película de Minnelli me entusiasmé nuevamente a escribir sobre contratos y transformaciones, sobre todo porque estas películas, las de corte biográfico, son un reto mayúsculo cuando se trata de encontrar estos dos elementos de un programa narrativo. Pero la película, al menos en este aspecto, creo que logra mostrar al menos uno de los dos aspectos y voy a explicar a continuación el porqué.
Las películas de corte biográfico por lo general no muestran un propósito del personaje principal. Muchas de ellas básicamente se circunscriben a relatar aspectos resaltantes de la vida de quien recrean, sin atender al hecho de que esos personajes (los cinematográficos, no los reales) deben tener una meta, un proyecto, un deseo, y su deber es materializar ese proyecto o cumplir el deseo que tienen en mente. El loco de pelo rojo, vuelvo a decir, en la presentación de las metas del personaje principal, Vincent Van Gogh, cumple su cometido, pues en los primeros veinte minutos de la película se dibuja el carácter de insatisfacción personal al no ser él un hombre útil a otros, a la sociedad entera. Al principio del largometraje, Vincent es representado como un individuo que no encaja en ningún patrón idóneo de conducta, y eso a él mismo le perturba. Por eso, cuando es rechazado por un Comité de Mensajeros de la Fe para ser predicador evangélico, implora que se le considere para trabajar, pues él necesita ofrecer algo al mundo. Así, se cumple
Buena recreación de la habitación de Van Gogh
al principio de la película lo que yo llamo un pre-contrato (un contrato previo al contrato que desencadena realmente todos los eventos de la historia), con el reverendo Peeters, quien le propone ir a un asentamiento de mineros en Bélgica, lugar al que nadie quiere ir a predicar. Vincent se dirige a esas minas y pone todo su empeño, no solo para predicar, sino para ayudar a otros, dándoles comida, ropa, incluso cama (literalmente), aun a costa de él carecer de estos recursos. Pero su proceder disgusta a la Iglesia que representa y esto, a su vez, disgusta a Van Gogh, que descubre la hipocrecía de quienes dicen llevar la palabra de Dios (esto lo dice el personaje, no yo).
Ante el fracaso que supone el no poder conjuntar la predicación de la palabra de Dios con las prácticas de trabajo de la Iglesia, Van Gogh se siente desolado, siente que, una vez, más, ha fracasado. Pero una visita, la de su hermano Theo, lo guía hacia lo que supondría el logro de sus objetivos: aportar algo al mundo. En la conversación con Theo, Vincent le dice que en el fondo sigue queriendo las mismas cosas: “poder ser útil, trabajar, ofrecer algo al mundo”. Theo, que en la película toma el lugar de lo que en semántica estructural se llama Ayudante, le pide a Vincent que regrese a su casa y le exige –y aquí viene el contrato más importante de la historia– que nunca se desvincule de él y siempre le participe qué hará y adónde va. Así, a lo largo de la película vemos cómo Vincent va de un lado a otro, de su casa natal a París, de París a Arles, de Arles a un sanatorio, pero nunca daba un paso sin antes contárselo a su hermano, mientras este, a su vez, lo ayudaba económicamente para que pudiera trabajar en sus pinturas.
En su casa natal, Van Gogh comienza a pintar con mucha dedicación –gracias a la donación que le hace Theo de pintura, lienzos y pinceles– y se pregunta si la pintura es, efectivamente, el camino para dar algo al mundo.
Vincent y su hermano Theo
Acotemos entonces que sin la ayuda de Theo, si él no lo hubiese sacado de las minas, Vincent no habría podido preguntarse cuál era su misión en la vida. Un dato importante del personaje Theo es que él era agente o mercader de arte en París, un oficio que le permitía vender pinturas y, al mismo tiempo, conocer a famosos pintores de la época. Por eso, él invita a Vincent a vivir con él en París, no solo para que pueda pintar sino también para que pueda aprender de la conceptualización que sobre el arte tenían los artistas de la ciudad. Allí, Vincent conoce a Pisarro, Seurat y Gauguin (personaje interpretado por Anthonny Quinn, ganador del Oscar por este papel) y consigue acercar su trabajo a la perfección. Sin embargo, él no se daba cuenta de ello, y partir de su estadía en París se cuestiona cada vez más su trabajo. Debido a ello, y debido también a que su hermano Theo no lograba vender ninguna de sus pinturas, Vincent va cayendo poco a poco en una frustración y una locura que tendrán su clímax tras una fuerte discusión con Gauguin y tras su ya famosa “cortada de oreja”.
Así, lo que queda por contar en la película es cómo poco a poco la locura y la incompresión del mundo hacia él y de él hacia el mundo, así como su lucha por su enfermedad mental, se apoderaron de él hasta matarlo. Vincent siempre tuvo el apoyo y la atención de su hermano, pero nunca logró ver que había logrado su objetivo de vida; ni siquiera su hermano, quien –y esto no se cuenta en el largometraje– murió un año después que él. Fue su cuñada Johanna, esposa de Theo, quien, luego de la muerte de este, se dedicó a vender y a hacer conocer las pinturas de Vincent Van Gogh.
Sin embargo, si nos circunscribimos únicamente a la película, no se logra ver –y esa es mi impresión–  que Vincent se haya transformado, haya cumplido su deseo de ser un donante al mundo gracias a su trabajo. Sabemos, sí, que aportó mucho a la cultura occidental porque, vamos, es uno de los artistas más nombrados en la historia del arte, pero si un espectador “desconociente” del personaje Van Gogh ve la película, no encontrará una manifestación evidente de que el trabajo del pintor haya rendido frutos.


No importa, la película es hermosa, al menos así la catalogo, pues Vincent Van Gogh no es un pintor cualquiera. Su obra refleja esa desesperación de la que tanto hablan los historiadores, esa búsqueda de paz y consuelo en las escenas más simples. Yo, particularmente, soy un admirador de su arte, por eso puedo alabar tantas veces a la película, a pesar de que no muestra el deseo cumplido del pintor. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario