Antes de comenzar con mi análisis
de la película Philomena (2013),
dirigida por Stephen Frears, voy a soltar unos cuantos adjetivos evaluativos
sobre la película: enternecedora, aleccionadora, emotiva, conmovedora. Nadie
que vea este largometraje inglés puede quedar indiferente ante los sentimientos
maternos, la lealtad hacia las raíces, y también, el perdón a quienes obraron
de mala manera.
Ahora sí, pongámonos serios. Philomena se enmarca dentro de un tema
que, al parecer, fue bastante controversial dentro de la Iglesia Católica
irlandesa. La protagonista de la historia, Philomena Lee (Judy Dench) es una
mujer de la tercera edad que, después de que pasaran cincuenta años, decide
buscar al hijo que tuvo cuando era una adolescente y que las monjas de un
orfanato dieron en adopción. Su hija Jane (Anna Maxwell) le pide a un
periodista, Martin Sixsmith (Steve Coogan), que la ayude a encontrar a ese hijo
perdido de su madre. Sixsmith, que se había quedado sin trabajo por un escándalo
político, dirige sus energías hacia el trabajo de investigación de historias de
vida y con ello guía a Philomena al paradero de su hijo perdido.

Para buscar respuestas sobre el
destino de Anthony (así se llama el hijo), y para empezar a armar la historia
que debe escribir, Martin y Philomena viajan a Roscrea, el orfanato donde
Philomena dio a luz a su hijo y, luego, donde vio que se lo llevaban cuando
apenas él tenía dos años. En el orfanato no obtienen información alguna sobre Anthony,
pero sí un contrato (así llamado por Martin) firmado por Philomena, a través
del cual accede a que las monjas del reclusorio decidan sobre la vida de su
hijo. Después de visitar el orfanato,
Philomena, hablando Martin y con Jane,
manifiesta: “Quisiera saber si Anthony tiene algún recuerdo de mí”. Con este
enunciado, entendemos, pues, que Philomena es una persona que desconoce si su
hijo “la pensaba”; también entendemos con que la narración se construye en
torno a la modalidad del saber: no quiere solamente encontrar a su hijo; quiere
saber que su hijo ha pensado en ella, así como ella en él.
En las cercanías del orfanato,
Martin se entera de que todos los niños del orfanato eran adoptados por
norteamericanos católicos. Como él, Martin, había trabajado en Washington y,
por lo tanto, tenía unos cuantos “contactos”, buscó ayuda en la capital
estadounidense y viaja entonces con Philomena para encontrar al hijo perdido.
Por el ritmo en que se cuenta la historia, suponemos que consiguen información
de Anthony muy pronto; sin embargo (y a partir de aquí escribiré varios datos
de la historia que son cruciales, así que si mi amigo lector no ha visto la
película, sugiero entonces que no siga leyendo), la información que encuentran
es que Anthony ya ha fallecido.
Aun así, Philomena decide seguir
buscando en Estados Unidos lo que deseaba. Durante su búsqueda, sabe que
Anthony había sido rebautizado como Michael Hess, que era republicano, había
sido consejero presidencial de dos presidentes en la Casa Blanca y que era
homosexual. Va a entrevistarse entonces con una excompañera de trabajo de la
Casa Blanca, con su hermana Mary (también adoptada en Roscrea junto con él) y,
por último, con su compañero sentimental, Pete. Es este quien le da toda la
información que necesita: Anthony había pensado en ella toda su vida, y no solo
eso, sino que la había ido a buscar y que pidió, como último deseo antes de
morir, que fuera enterrado en el orfanato de Roscrea. Según Philomena, Anthony
sabía que ella lo encontraría ahí.

No diré más sobre Philomena
porque, creo, ya informé demasiado a aquel lector de este blog que no ha visto la película aún. Mil disculpas
por eso, pero no me resistí ni un momento a escribir sobre la historia, que me
hizo sonreír después de todo.
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